Espejismos ateos

Últimamente se ha puesto de moda ser ateo, y se ha redefinido precisamente eso de ser ateo. Cuando yo era niño, un ateo era alguien que no creía en nada, si es que eso puede existir.

En la Ciudad de México los ateos éramos minoría, y éramos otra cosa muy distinta de lo que hoy se podría creer. Recuerdo haber tenido discusiones bastante injustas con algún profesor de los primeros años de primaria que me insistía en que no era posible una concepción del mundo sin Dios. El pobre hombre no tenía la menor idea de cómo era posible que un chamaco pudiese vivir una vida casi normal sin creer en Dios; peor aún, sin estar bautizado.

Crecí así, sin Dios y sin rosarios, sin iglesias y sin ostias, pero sobre todo, sin religión, es decir, sin proselitismo de ningún tipo. Mis padres creían, ingenuos, que a un niño había que dejarlo escoger su religión, y por ello, simplemente no nos educaron en ninguna. Resultado, un par de adultos incapaces de creer en Dios o en cualquier otra cosa, pero sobre todo, incapaces de odiar la religión.

Yo no me liberé de la religión, nunca me tuvo ni de huésped ni de prisionero, no tuve que escaparme de Dios ni hacer toda una maroma freudiana para odiarlo y poderme emancipar. Nací sin religión, eso fue todo. Me imagino que esta extraña educación me ha evitado odiar a los curas y a las señoras que van a misa los domingos. Judíos, cristianos, musulmanes, lo que sea, me dan un poco lo mismo en cuanto a prejuicios se refiere, no le tomo manía a la gente por su credo anunciado, sólo tengo mis reservas con los fanáticos, vengan de donde vengan, profesen lo que profesen, sobre todo si son fanáticos ateos o “ateos evangélicos” como los llama John Gray. Continue reading

La ciencia al servicio de la irracionalidad

Resulta que, desde que el determinismo biológico hizo su aparición, el poder y la represión se han visto beneficiados por los “avances” de la ciencia. Poco a poco, la razón ha ganado algunas pequeñas batallas. En nuestros días a nadie se le ocurre que la forma de la cabeza determine si uno es o no un acecino en una corte. Pero la antropometría no era algo de risa hace algunos pocos años.

Cuando las medidas inmediatas perdieron su efectividad se lanzaron sobre otras “evidencias” como los genes, la concentración de ciertas sustancias en el cuerpo, la variación del pulso y la respiración, todo para demostrar que la ciencia podía determinar verdades no sólo del mundo natural, sino también del mundo social. Continue reading