Lo fácil de la intolerancia
Entre reprimir y tolerar, lo más fácil, al menos así lo entienden los políticos y gobernantes, es reprimir. Tolerar cuesta, hay que aguantarse a que las cosas no sean siempre como uno quiere, hay que negociar con los otros, aceptar que a veces no se tiene la razón, incluso más, aceptar que a veces, aunque uno crea tener la razón, tiene que permitir que los demás también la tengan o que se haga lo que los demás quieren aunque “no la tengan”. Y es precisamente por eso de la negociación que la tolerancia parece sólo viable donde hay educación, sin embargo, se trata de un círculo vicioso, donde hay tolerancia también será más fácil mejorar la educación.
El respeto por los demás no es ignorar al otro, pasar a su lado sin mirarlo, podar el árbol para que no se acerque a la casa del vecino. El respeto implica poder negociar y tolerar a los demás. Reconocerles su derecho a disentir, a tener la razón aunque no sea la misma razón que tenemos nosotros. Las leyes que prohíben no garantizan la libertad, la limitan, y con ello, van eliminando la tolerancia y el respeto por el otro, alienándonos, convirtiéndonos en obedientes e intolerantes votantes.
Prohibido ventanear a la autoridad
En este diciembre, en la Ciudad de México, anduvieron pululando unas cosas llamadas coloquialmente “alcoholímetros”. Unos operativos con los que el gobierno espera interceptar a los borrachitos en su camino del bar a su casa o al siguiente bar o a donde sea. La gente, borracha pero no pendeja, solidaria como lo exige la navidad, comenzó a informar mediante Twitter la localización de los “alcoholímetros”. Si usted salía de una fiesta con una Don Perignon a cuestas, sólo tenía que revisar el Twitter y evadir a los bien intencionados polis.
Al gobierno de la ciudad esta participación ciudadana no le cayó en ninguna gracia (me inclino a pensar que ninguna participación verdaderamente ciudadana es de su agrado). La respuesta del gobierno fue: “hay que legislar para evitar este uso de las redes sociales”, o sea: hay que reprimir. ¿Porqué?, porque no se les ocurre ninguna otra alternativa o quizá porque es eso lo que realmente quieren, evitar que la gente ande por allí sin la correa de la autoridad. Y allí sigue, en el tintero legislativo de esta “progresista” ciudad, la prohibición de usar las redes sociales para informar a los demás de lo que hace y deja de hacer la autoridad.
Prohibido ventanear a los políticos
Como es costumbre, en éste país como en muchos otros, durante las contiendas electorales se dicen muchas cosas, algunas ciertas, la mayoría falsas, pero eso sí, en todas direcciones. Que los candidatos y los partidos traten de boicotear o desprestigiar a otros candidatos y partidos es el pan de cada día. A nadie le espantaba, así era el juego y todos conocían las reglas antes de entrar a la cancha.
Resulta que ahora, con el pretexto de una supuesta biografía de uno de los políticos más candidateables de éste país, a los políticos mexicanos se les comenzó a ocurrir que lo más fácil es “legislar” y convertir en delito la calumnia, por rebuscada que sea, de esos buenazos que nos gobiernan o nos quieren gobernar. El colmo es que el supuesto delito incluirá cualquier cosa que uno diga que “pueda afectar la credibilidad de un personaje político”. Si a esas vamos, los primeros en ser acusados deberían ser los políticos mismos, que con sus discursos y sus antecedentes se han restado de antemano toda la credibilidad posible, dejándole a los demás el pírrico placer de cantarles sus verdades.
El caso es que, como no pueden demostrar que son personas honradas y preocupadas por la gente, o porque es un buen pretexto para seguir deteriorando la libertad de expresión, los legisladores mexicanos están optando por aumentar la represión. Al final, los partidos políticos sabrán escurrirse por los recovecos legales para desprestigiar a sus enemigos y el pato lo pagaran los ciudadanos comunes y corrientes (quizás esa es precisamente la idea).