Next de Baricco

Next es el primer ensayo que leo de Baricco y lo leí en dos sentadas. Decirle a usted que es un derroche de lucidez es demasiado fácil (se lo acabo de decir).

Baricco me ha recordado aquella impresión que tuve, hace mucho, cuando comencé a interesarme en el lenguaje natural: Si uno comienza a analizar el lenguaje y a reducir las palabras con sus sinónimos, uno terminará completamente mudo.

El lenguaje es metafórico, siempre lo es. Es ambiguo, siempre lo es. La claridad y la precisión son dos quimeras construidas, precisamente, con esos caóticos ladrillos lingüísticos. El lenguaje es un juego de interpretaciones, y si pensar es hablar, como decía Tomasini, entonces pensar es interpretar

Pensar las cosas es decirlas de distintos modos, buscarles distintas interpretaciones. Así dejan de ser negras o blancas y se visten de colores. Eso hace Baricco con el tema de la globalización, lo ha vestido y nos ha mostrado una sesión de pasarela para que, junto con él, pensemos un poco en el tema. Sin moralejas, sin juicios lapidarios, pero con mucha inteligencia.

Si usted es de esos a los que les vale un pito la globalización y los globalifóbicos, no deje de leer Next. Si usted es un defensor de la globalización, lea Next y lea también, si aún no lo ha hecho, mucha literatura sobe economía. Si usted es un globalifóbico, intente leer Next. Si usted es como yo, ni muy de acá ni muy de allá, pero con algo de interés en el asunto, este libro no es obligatorio, sino un increíble placer.

La anti innovación de las patentes

Ya había yo escrito acerca de la ventaja de copiar a los demás, una práctica reivindicada y rebautizada por Christopher Alexander. Ahora retomo el tema desde un punto de vista más bien fácil y poco original.

En un texto de Carliss Y. Baldwin y Eric von Hippel comentado por Mike Masnik se vuelve a tratar el tema de la inconsistencia del sistema de patentes americano (que es más o menos el mismo que el de muchos otros paises occidentales). Dicen los autores que el sistema de patentes actual no sólo no fomenta la innovación y la colaboración, sino que las frena.

Acá entre nos, yo nunca hubiese pensado que las patentes favorecían la inventiva. Confieso que las veía como una mengambrea legal más. Una de esas cosas que se usan para ganar dinero no más. Pero parece que quienes lo inventaron justificaron con cinismo su creación.

Pero el sistema de patentes no es el único que cojea en estos menesteres. El sistema académico parece tener exactamente los mismos problemas. Los investigadores y científicos de las universidades están más preocupados por la “originalidad” de sus papers y porque no les vuelen “la idea” que por la utilidad y relevancia de sus trabajos, olvídese usted de la colaboración.

Y pues… ¿quién tiene la culpa? Vaya usted a saber. De entrada, esta educación moderna del “ser creativo”, del ser “original”. De segundo plato, que a la gente se le olvida que todo lo que se inventa suele ser una modesta modificación al trabajo de un mundo de personas que pasaron por aquí. Y de plato fuerte, que lo que más nos interesa es el dinero, no la innovación, y las patentes son una forma de ganar dinero, no una protección a la creatividad.

El artículo de Mike Masnik fue recomendado por Tim O’Reilly.

Lo fácil es prohibir

Lo fácil de la intolerancia

Entre reprimir y tolerar, lo más fácil, al menos así lo entienden los políticos y gobernantes, es reprimir. Tolerar cuesta, hay que aguantarse a que las cosas no sean siempre como uno quiere, hay que negociar con los otros, aceptar que a veces no se tiene la razón, incluso más, aceptar que a veces, aunque uno crea tener la razón, tiene que permitir que los demás también la tengan o que se haga lo que los demás quieren aunque “no la tengan”. Y es precisamente por eso de la negociación que la tolerancia parece sólo viable donde hay educación, sin embargo, se trata de un círculo vicioso, donde hay tolerancia también será más fácil mejorar la educación.

El respeto por los demás no es ignorar al otro, pasar a su lado sin mirarlo, podar el árbol para que no se acerque a la casa del vecino. El respeto implica poder negociar y tolerar a los demás. Reconocerles su derecho a disentir, a tener la razón aunque no sea la misma razón que tenemos nosotros. Las leyes que prohíben no garantizan la libertad, la limitan, y con ello, van eliminando la tolerancia y el respeto por el otro, alienándonos, convirtiéndonos en obedientes e intolerantes votantes.

Prohibido ventanear a la autoridad

En este diciembre, en la Ciudad de México, anduvieron pululando unas cosas llamadas coloquialmente “alcoholímetros”. Unos operativos con los que el gobierno espera interceptar a los borrachitos en su camino del bar a su casa o al siguiente bar o a donde sea. La gente, borracha pero no pendeja, solidaria como lo exige la navidad, comenzó a informar mediante Twitter la localización de los “alcoholímetros”. Si usted salía de una fiesta con una Don Perignon a cuestas, sólo tenía que revisar el Twitter y evadir a los bien intencionados polis.

Al gobierno de la ciudad esta participación ciudadana no le cayó en ninguna gracia (me inclino a pensar que ninguna participación verdaderamente ciudadana es de su agrado). La respuesta del gobierno fue: “hay que legislar para evitar este uso de las redes sociales”, o sea: hay que reprimir. ¿Porqué?, porque no se les ocurre ninguna otra alternativa o quizá porque es eso lo que realmente quieren, evitar que la gente ande por allí sin la correa de la autoridad. Y allí sigue, en el tintero legislativo de esta “progresista” ciudad, la prohibición de usar las redes sociales para informar a los demás de lo que hace y deja de hacer la autoridad.

Prohibido ventanear a los políticos

Como es costumbre, en éste país como en muchos otros, durante las contiendas electorales se dicen muchas cosas, algunas ciertas, la mayoría falsas, pero eso sí, en todas direcciones. Que los candidatos y los partidos traten de boicotear o desprestigiar a otros candidatos y partidos es el pan de cada día. A nadie le espantaba, así era el juego y todos conocían las reglas antes de entrar a la cancha.

Resulta que ahora, con el pretexto de una supuesta biografía de uno de los políticos más candidateables de éste país, a los políticos mexicanos se les comenzó a ocurrir que lo más fácil es “legislar” y convertir en delito la calumnia, por rebuscada que sea, de esos buenazos que nos gobiernan o nos quieren gobernar. El colmo es que el supuesto delito incluirá cualquier cosa que uno diga que “pueda afectar la credibilidad de un personaje político”. Si a esas vamos, los primeros en ser acusados deberían ser los políticos mismos, que con sus discursos y sus antecedentes se han restado de antemano toda la credibilidad posible, dejándole a los demás el pírrico placer de cantarles sus verdades.

El caso es que, como no pueden demostrar que son personas honradas y preocupadas por la gente, o porque es un buen pretexto para seguir deteriorando la libertad de expresión, los legisladores mexicanos están optando por aumentar la represión. Al final, los partidos políticos sabrán escurrirse por los recovecos legales para desprestigiar a sus enemigos y el pato lo pagaran los ciudadanos comunes y corrientes (quizás esa es precisamente la idea).

Recordando a José Vasconcelos

Dicen que José Vasconcelos decía que los mejores maestros no sólo debían dar clases en las universidades, sino en las primarias y secundarias, donde se comienzan a formar las personas. En la universidad, la gente ya llega formada, o deformada, según el gusto de cada cual.

Eric Evans piensa muy parecido en el mundo del desarrollo de software. Permitir que los mejores desarrolladores se concentren en las delicadezas de la optimización de las capas de infraestructura y los algoritmos más obscuros puede ser un gran error, sobre todo cuando permitimos que programadores sin experiencia se hagan cargo del dominio de negocios en el sistema.

El uso hace al software. Es su interface y su comunicación con los usuarios donde nace el dominio y donde un software alcanza su meta. Los mejores desarrolladores, aquellos que saben descubrir el dominio del negocio, que saben observar a los usuarios, son los que deberían dirigir el modelado de dominio y la creación de la interface de usuario. Ellos saben crear el vínculo entre la cultura de negocios y la implementación en la computadora.

La agilidad se enferma de certifiquitis

estetoscopioPus sí, otra vez arroz. Qué quiere usted, a mi la certificación así solita ya me produce indigestión, que me intenten convencer de la necesidad de certificar las metodologías ágiles de desarrollo de plano me provoca úlceras gástricas.

En LinkedIn, en el grupo de eXtreme Programming han comenzado un debate que, pensándolo un poco, parecía inevitable: “Dave Nicolette: Uncertain about certs“. Aunque parezcan inconciliables, hay personas que creen que crear un certificado para desarrolladores “extreme” es una excelente idea, o peor aún, que es una necesidad.

Quizá sea buena idea recordar que el desarrollo ágil valora:

Individuos e interacciones sobre procesos y herramientas
Software funcional sobre documentación exhaustiva
Colaboración con el cliente sobre negociación de contrato
Respuesta al cambio sobre seguir un plan

Los firmantes del manifiesto creemos que mientras exista valor en los primeros a la derecha, podremos valorar los de la izquierda.

La pregunta obligada sería: ¿Es ágil un certificado como “desarrollador ágil”? Continue reading