He encontrado dos inconvenientes en los libros electrónicos. El primero tiene que ver con la costumbre de leer libros en papel. Estamos tan acostumbrados a los libros en papel que no nos hemos dado cuenta de nuestros hábitos objeto-dependientes.
No sé a usted, pero a mí me pasa con frecuencia que se me cae el separador y tengo que buscar dónde me he quedado en la lectura, o quiero volver a leer un fragmento de algunas páginas atrás. En ambos casos, me parece que localizo el fragmento de texto que busco por el contenido, sin embargo, lo que reconozco es, principalmente, la imagen. Una palabra con cierta forma al inicio de un párrafo más o menos a la mitad de la página, o cierto grupo de letras al inicio de la página izquierda, etc. Con los libros electrónicos eso no puede pasar, no hay página izquierda o derecha, no hay principio de la página, o peor aún, el principio de la página depende del tamaño de letra que hemos elegido, de la referencia que hemos seguido, etc.
De pronto, me doy cuenta de que necesito aprender nuevos patrones para reconocer el texto, patrones que se adecúen a los nuevos y más frecuentes libros electrónicos. No es que sea una molestia, de hecho, me da gusto descubrir que puedo volver a aprender a leer.
El segundo problema también es de percepción y tiene que ver con el dinero. Cuando uno compra algo, uno está acostumbrado a que, para obtener finalmente ese algo, para comenzar a usarlo, hay que hacer ciertas cosas. Hay que pagar el objeto en la caja, llevarlo a casa y quitarle la envoltura, hay que colocarlo en un aparato que lo pueda decodificar, hay que esperar a que nos lo entreguen en casa y firmar alguna cosa, hay que esperar un tiempo para que el juego en descarga electrónica termine de bajar, etc. Con los libros y con la música, pero sobre todo con los libros, pasa que son muy “ligeros” en el sentido de su peso en bytes y las descargas bajan casi de inmediato, ni cuenta nos damos que estamos bajando algo, más aún, no los bajamos nosotros, nuestros dispositivos se encargan del asunto y nosotros sólo tenemos que descubrir que nuestra compra ya está allí, esperándonos. Entre la compra y el uso de las cosas ya no hay nada, es un salto casi inmediato. Es un poco desconcertante el asunto, al menos para mí, y no puedo evitar la sensación de que no sé bien a bien qué es lo que he pagado ni si realmente vale lo que cuesta.
Ambos inconvenientes, debo reconocer, son más bien por culpa de mis costumbres y de mi percepción, estoy acostumbrado más a los objetos que a las entidades digitales. Pronto, sin embargo, estaremos bastante acostumbrados al mundo digital y no dudo que incluso llamaremos “cosas” y “objetos” a nuestras descargas electrónicas, por pequeñas que sean.